lunes, octubre 14, 2013

Qué difícil se me hace...

Del libro “En la tristeza pervive el amor” de Elisabeth Lukas .
El proceso de comprensión descrito transcurre de la mano de procesos marcadamente saludables. Probablemente por ello, la naturaleza, que con tanta sabiduría lo ha dispuesto todo, despliega sobre una desgracia el oscuro manto del duelo para que el afectado por dicha desgracia pueda recobrar fuerzas. Los siguientes pasos resultan reconfortantes:
1. Retiro a la calma.
2. Enfrentamiento con la situación.
3. Lucha por una posición digna de vivir.
4. Intensificación de la espiritualidad.

1. Retiro a la calma
Sucede con frecuencia que las personas que están de luto ponen barreras a las voces de ánimo externas. Cuando no hay lugar para el consuelo, sobra cualquier palabra, y quien no ha pasado por algo parecido, no puede decir nada al respecto. Los esfuerzos consoladores y bienintencionados de los amigos resultan más bien molestos. Queremos ser amables, pero no queremos que nos contenten con lisonjas, y resulta difícil demostrar ambas cosas a la vez. La proximidad de los congéneres es agradable, pero sólo si está marcada por un «signo inofensivo». Cuando el dolor cala hondo, los nervios afloran.
Una abuela que había perdido en un accidente de tráfico a una hija de 38 años y a los dos hijos de ésta, todavía en edad preescolar, me dijo que no soportaba la compasión de los habitantes de su pueblo. Cualquier mirada de reojo, entre curiosa y compasiva, y cualquier muestra balbuceante de interés acerca de su estado le revolvía su herida alma. La abuela sentía una especial predilección por una vieja amiga de aspecto robusto que se desplazaba a menudo a su casa. Siempre traía un pastel cocinado por ella misma y ambas tomaban el café juntas y charlaban de banalidades. La amiga la ayudaba a fregar los platos y, cuando veía en el baño un montón de ropa recién seca, no dudaba un segundo en coger la plancha. Llegado el momento de despedirse, la amiga la abrazaba en silencio. Aquella abuela me dijo que su amiga también lo había pasado muy mal, pero no lo exteriorizaba, sino que demostraba su voluntad de vivir a través de sus actos, y que aquello se contagiaba profundamente. Esta sencilla forma de practicar la amistad le ayudó mucho más que cualquier otra cosa.
La soledad a la que suelen retirarse las personas que están de luto (como si fueran un animal herido) es como un depósito de calma para ir a repostar. Sin embargo, este depósito no está destinado al consumo continuado. Una reserva de agua, por ejemplo, sirve para superar las épocas de sequía. Si hay suficiente líquido, no será necesario bombear de la reserva. De la misma manera, la calma y la soledad son una ayuda excelente para superar una carencia existencial sin que para ello sea necesario alojarías continuamente en casa.
El hombre, proyectado en si mismo, se centra en torno a su punto medio. Tras el primer grito de dolor, las lágrimas y los sollozos, la tranquilidad se va instalando paulatinamente. El afectado todavía comprende lo sucedido, pero la calma es paciente; no apremia. Entonces, se atreve con lo incomprensible, puede desplegar y recoger sus antenas, y lo consigue. «Hace tanto daño», exclama el doliente desde su luto. «Dame tu dolor —responde la calma—, yo lo absorberé.»
2. Enfrentamiento con la situación
Tras el sosiego, se pone en marcha el enfrentamiento espiritual con la nueva situación. Este enfrentamiento resulta menos complicado cuando podemos acoplamos a algo ya conocido. Seguro que en algún momento anterior hemos tenido que asimilar pérdidas. ¿Qué ocurrió entonces? El mundo no se desmoronó. La vida tiene preparadas nuevas tareas llenas de sentido. Hasta que no llega la hora definitiva, siempre hay algo importante que. resolver en este mundo, y ahora no va a ser distinto. El duelo no autoriza a eludir responsabilidades.
No cabe ninguna duda de que la nueva situación exige un cambio absolutamente radical, pero la creatividad confiere elasticidad a la mente. ¡ Cuánta aflicción ha transformado el hombre en heroísmo a lo largo del tiempo! ¡Cuánta vitalidad ha emanado de los golpes que el destino le ha asestado! Y, en cambio, ¡ a cuánta desidia y pereza se ha visto inducido por la buena vida! Por lo tanto, tenemos que sacar la cabeza de debajo del ala, encarar las exigencias del presente y preguntarnos: ¿qué es eso que se nos reclama en el duelo, por el duelo y a pesar del duelo?
La abuela antes mencionada era capaz de recordar el día exacto en que despertó de su «petrificación» espiritual. En la soledad de sus cuatro paredes vio con claridad cuál iba a ser su siguiente tarea. Se tenía que preocupar más por su yerno. Tras la muerte de la mujer y los hijos, su declive era inminente. Día tras día debía concentrarse en su trabajo, lo cual le resultaba harto difícil, y por las noches vagaba por distintos locales. La abuela hizo un enorme esfuerzo y buscó el contacto con su yerno. Finalmente, tras semanas de empeño infructuoso, consiguió convencerlo para que tomara un rumbo más coherente en su vida. Poco después, cuando la anciana volvió a hojear el álbum familiar, movió la cabeza con ademán tranquilizador ante la última foto grafía de su hija: «Tu marido ya está bien». Y la risueña imagen le respondió: «Gracias, mamá».
3. Lucha por una posición digna de vivir
Cuando la persona que está de luto ha encontrado en la calma el camino hacia ella misma y hacia las tareas que están a la espera, habrá llegado la hora de ejecutar la parte más difícil del proceso de comprensión. El doliente tiene que encontrar respuestas a las preguntas vehementes que lo intrigan, pero para ello deben eliminarse primero las preguntas mal planteadas del estilo «¿por qué ha tenido que sucederme a mí?», «¿por qué este castigo?», «¿qué sentido tiene mi desgracia?», «¿por qué no ha intervenido el Señor?». Son preguntas mal planteadas porque presuponen que los caminos de la providencia se escrutarían con nuestro ínfimo entendimiento. De esta manera, un gorrión también podría preguntarse para qué sirve el cable de alta tensión sobre el que está posado. No es que el cable no tenga ninguna utilidad, simplemente no tiene sentido querer explicar a un gorrión el sentido de ese cable.
Algunas personas plantean constantemente preguntas erróneas. Cuestiones como «¿quién es el culpable de mi dilema?» o «¿por qué no me ayuda nadie?» son verdaderas trampas. En muchas ocasiones le corresponde a la metodología psicoterapéutica reconducir esta clase de preguntas. «¿De qué me puede servir haber pasado por esto o aquello?», «¿qué lección puedo extraer?», «¿cómo puedo llevarlo de la mejor manera posible?», «¿puede incluso la tragedia transformarse en un triunfo interno?»… Éstas son las preguntas clave, las que pueden extraer respuestas interesantes de quien las formula. Respuestas con las que se puede vivir y pervivir.
La abuela de nuestro ejemplo también encontró sus respuestas, su posición frente a la enorme desgracia que la había privado de su bien más querido. Me dijo lo siguiente: «Durante treinta y ocho años tuve una hija sana e inteligente. Nunca derroché un solo pensamiento en saber por qué era tan sana y tan inteligente. Nunca me puse a pensar por qué no vino al mundo con alguna enfermedad, por qué no fracasó en los estudios o por qué no se descarrió. Sencillamente, todo iba como una seda con ella. Por ello ahora no tengo por qué estar  disgustada. Quizás su temprana muerte tenga un sentido que no puedo conocer». Se detuvo un instante, y prosiguió: «Sobre todo no puedo comprender que mis dos nietos tuvieran que morir tan pronto. Cuando pienso en el fervor con que habían sido esperados… Al menos ahora se han ahorrado toda la maldad de este mundo. Han pasado del regazo de la familia al regazo del Creador sin soportar penas, preocupaciones o deshonras de ninguna clase…». Las lágrimas le bajaban por las mejillas, pero se las secó enérgicamente. «Aún estoy aprendiendo a concederles el descanso eterno —murmuró—, aún estoy aprendiendo. »
4. Intensificación de la espiritualidad
Finalmente, las respuestas para vivir sólo se pueden dar desde la fe, entendida aquí de forma general, más allá de lo religioso. Toda persona cree originalmente en algo sobre sí misma. Negaría su propia idiosincrasia si, desde el orgullo intelectual, se erigiera a sí misma en el principio supremo. Sin embargo, las experiencias límite y las fases de duelo disipan pronto ese orgullo. El retorno a la fe es consolador y, al mismo tiempo, saludable.
Destaquemos a este respecto un reciente estudio de la bioquímica Caryle Hirshberg (Ben Lomond, Estados Unidos), quien ha investigado con profundidad la evolución inesperadamente positiva de pacientes afectados de cáncer terminal. En una cincuentena de enfermos que según los resultados médicos, debían haber fallecido hacía tiempo, Hirshberg descubrió tres factores de conducta coincidentes: los pacientes aceptaban el diagnóstico, pero no el pronóstico, es decir, se mostraban optimistas a pesar del pronóstico. Estas personas vivían en vínculos sociales estables, más de un 70 % llevaban más de veinte años casadas.., y rezaban (Deutsches Arzteblatt, año 94, número 25, junio de 1997).
Si la intensificación de la propia espiritualidad puede ayudar a enfrentarse al cáncer, también podrá contribuir a resucitar del duelo.
 


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