Del libro “En la tristeza pervive el amor” de Elisabeth Lukas .
El proceso de comprensión descrito transcurre de la mano de procesos marcadamente saludables. Probablemente por ello, la naturaleza, que con tanta sabiduría lo ha dispuesto todo, despliega sobre una desgracia el oscuro manto del duelo para que el afectado por dicha desgracia pueda recobrar fuerzas. Los siguientes pasos resultan reconfortantes:
El proceso de comprensión descrito transcurre de la mano de procesos marcadamente saludables. Probablemente por ello, la naturaleza, que con tanta sabiduría lo ha dispuesto todo, despliega sobre una desgracia el oscuro manto del duelo para que el afectado por dicha desgracia pueda recobrar fuerzas. Los siguientes pasos resultan reconfortantes:
1. Retiro a la calma.
2. Enfrentamiento con la situación.
3. Lucha por una posición digna de vivir.
4. Intensificación de la espiritualidad.
2. Enfrentamiento con la situación.
3. Lucha por una posición digna de vivir.
4. Intensificación de la espiritualidad.
1. Retiro a la calma
Sucede con frecuencia
que las personas que están de luto ponen barreras a las voces de ánimo
externas. Cuando no hay lugar para el consuelo, sobra cualquier palabra, y
quien no ha pasado por algo parecido, no puede decir nada al respecto. Los
esfuerzos consoladores y bienintencionados de los amigos resultan más bien
molestos. Queremos ser amables, pero no queremos que nos contenten con
lisonjas, y resulta difícil demostrar ambas cosas a la vez. La proximidad de
los congéneres es agradable, pero sólo si está marcada por un «signo
inofensivo». Cuando el dolor cala hondo, los nervios afloran.
Una abuela que había
perdido en un accidente de tráfico a una hija de 38 años y a los dos hijos de
ésta, todavía en edad preescolar, me dijo que no soportaba la compasión de los
habitantes de su pueblo. Cualquier mirada de reojo, entre curiosa y compasiva,
y cualquier muestra balbuceante de interés acerca de su estado le revolvía su
herida alma. La abuela sentía una especial predilección por una vieja amiga de
aspecto robusto que se desplazaba a menudo a su casa. Siempre traía un pastel
cocinado por ella misma y ambas tomaban el café juntas y charlaban de
banalidades. La amiga la ayudaba a fregar los platos y, cuando veía en el baño
un montón de ropa recién seca, no dudaba un segundo en coger la plancha.
Llegado el momento de despedirse, la amiga la abrazaba en silencio. Aquella
abuela me dijo que su amiga también lo había pasado muy mal, pero no lo
exteriorizaba, sino que demostraba su voluntad de vivir a través de sus actos,
y que aquello se contagiaba profundamente. Esta sencilla forma de practicar la
amistad le ayudó mucho más que cualquier otra cosa.
La soledad a la que suelen retirarse las personas que están de
luto (como si fueran un animal herido) es como un depósito de calma para ir a
repostar. Sin embargo, este depósito no está destinado al consumo continuado.
Una reserva de agua, por ejemplo, sirve para superar las épocas de sequía. Si
hay suficiente líquido, no será necesario bombear de la reserva. De la misma
manera, la calma y la soledad son una ayuda excelente para superar una carencia
existencial sin que para ello sea necesario alojarías continuamente en casa.
El hombre, proyectado en si mismo, se centra en torno a su punto medio. Tras el primer grito de dolor, las lágrimas y los sollozos, la tranquilidad se va instalando paulatinamente. El afectado todavía comprende lo sucedido, pero la calma es paciente; no apremia. Entonces, se atreve con lo incomprensible, puede desplegar y recoger sus antenas, y lo consigue. «Hace tanto daño», exclama el doliente desde su luto. «Dame tu dolor —responde la calma—, yo lo absorberé.»
El hombre, proyectado en si mismo, se centra en torno a su punto medio. Tras el primer grito de dolor, las lágrimas y los sollozos, la tranquilidad se va instalando paulatinamente. El afectado todavía comprende lo sucedido, pero la calma es paciente; no apremia. Entonces, se atreve con lo incomprensible, puede desplegar y recoger sus antenas, y lo consigue. «Hace tanto daño», exclama el doliente desde su luto. «Dame tu dolor —responde la calma—, yo lo absorberé.»
2. Enfrentamiento con la situación
Tras el sosiego, se pone en marcha el enfrentamiento espiritual
con la nueva situación. Este enfrentamiento resulta menos complicado cuando
podemos acoplamos a algo ya conocido. Seguro que en algún momento anterior
hemos tenido que asimilar pérdidas. ¿Qué ocurrió entonces? El mundo no se
desmoronó. La vida tiene preparadas nuevas tareas llenas de sentido. Hasta que
no llega la hora definitiva, siempre hay algo importante que. resolver en este
mundo, y ahora no va a ser distinto. El duelo no autoriza a eludir
responsabilidades.
No cabe ninguna duda de que la nueva situación exige un cambio absolutamente radical, pero la creatividad confiere elasticidad a la mente. ¡ Cuánta aflicción ha transformado el hombre en heroísmo a lo largo del tiempo! ¡Cuánta vitalidad ha emanado de los golpes que el destino le ha asestado! Y, en cambio, ¡ a cuánta desidia y pereza se ha visto inducido por la buena vida! Por lo tanto, tenemos que sacar la cabeza de debajo del ala, encarar las exigencias del presente y preguntarnos: ¿qué es eso que se nos reclama en el duelo, por el duelo y a pesar del duelo?
No cabe ninguna duda de que la nueva situación exige un cambio absolutamente radical, pero la creatividad confiere elasticidad a la mente. ¡ Cuánta aflicción ha transformado el hombre en heroísmo a lo largo del tiempo! ¡Cuánta vitalidad ha emanado de los golpes que el destino le ha asestado! Y, en cambio, ¡ a cuánta desidia y pereza se ha visto inducido por la buena vida! Por lo tanto, tenemos que sacar la cabeza de debajo del ala, encarar las exigencias del presente y preguntarnos: ¿qué es eso que se nos reclama en el duelo, por el duelo y a pesar del duelo?
La abuela antes
mencionada era capaz de recordar el día exacto en que despertó de su
«petrificación» espiritual. En la soledad de sus cuatro paredes vio con
claridad cuál iba a ser su siguiente tarea. Se tenía que preocupar más por su
yerno. Tras la muerte de la mujer y los hijos, su declive era inminente. Día
tras día debía concentrarse en su trabajo, lo cual le resultaba harto difícil,
y por las noches vagaba por distintos locales. La abuela hizo un enorme
esfuerzo y buscó el contacto con su yerno. Finalmente, tras semanas de empeño
infructuoso, consiguió convencerlo para que tomara un rumbo más coherente en su
vida. Poco después, cuando la anciana volvió a hojear el álbum familiar, movió
la cabeza con ademán tranquilizador ante la última foto grafía de su hija: «Tu
marido ya está bien». Y la risueña imagen le respondió: «Gracias, mamá».
3. Lucha por una posición digna de vivir
Cuando la persona que
está de luto ha encontrado en la calma el camino hacia ella misma y hacia las
tareas que están a la espera, habrá llegado la hora de ejecutar la parte más
difícil del proceso de comprensión. El doliente tiene que encontrar respuestas
a las preguntas vehementes que lo intrigan, pero para ello deben eliminarse
primero las preguntas mal planteadas del estilo «¿por qué ha tenido que
sucederme a mí?», «¿por qué este castigo?», «¿qué sentido tiene mi desgracia?»,
«¿por qué no ha intervenido el Señor?». Son preguntas mal planteadas porque
presuponen que los caminos de la providencia se escrutarían con nuestro ínfimo
entendimiento. De esta manera, un gorrión también podría preguntarse para qué
sirve el cable de alta tensión sobre el que está posado. No es que el cable no
tenga ninguna utilidad, simplemente no tiene sentido querer explicar a un gorrión
el sentido de ese cable.
Algunas personas
plantean constantemente preguntas erróneas. Cuestiones como «¿quién es el
culpable de mi dilema?» o «¿por qué no me ayuda nadie?» son verdaderas trampas.
En muchas ocasiones le corresponde a la metodología psicoterapéutica reconducir
esta clase de preguntas. «¿De qué me puede servir haber pasado por esto o
aquello?», «¿qué lección puedo extraer?», «¿cómo puedo llevarlo de la mejor
manera posible?», «¿puede incluso la tragedia transformarse en un triunfo
interno?»… Éstas son las preguntas clave, las que pueden extraer respuestas
interesantes de quien las formula. Respuestas con las que se puede vivir y
pervivir.
La abuela de nuestro ejemplo también encontró sus respuestas, su
posición frente a la enorme desgracia que la había privado de su bien más
querido. Me dijo lo siguiente: «Durante treinta y ocho años tuve una hija sana
e inteligente. Nunca derroché un solo pensamiento en saber por qué era tan sana
y tan inteligente. Nunca me puse a pensar por qué no vino al mundo con alguna
enfermedad, por qué no fracasó en los estudios o por qué no se descarrió.
Sencillamente, todo iba como una seda con ella. Por ello ahora no tengo por qué
estar disgustada. Quizás su temprana muerte tenga un sentido que no puedo
conocer». Se detuvo un instante, y prosiguió: «Sobre todo no puedo comprender
que mis dos nietos tuvieran que morir tan pronto. Cuando pienso en el fervor
con que habían sido esperados… Al menos ahora se han ahorrado toda la maldad de
este mundo. Han pasado del regazo de la familia al regazo del Creador sin
soportar penas, preocupaciones o deshonras de ninguna clase…». Las lágrimas le
bajaban por las mejillas, pero se las secó enérgicamente. «Aún estoy
aprendiendo a concederles el descanso eterno —murmuró—, aún estoy aprendiendo.
»
4. Intensificación de la espiritualidad
4. Intensificación de la espiritualidad
Finalmente, las
respuestas para vivir sólo se pueden dar desde la fe, entendida aquí de forma
general, más allá de lo religioso. Toda persona cree originalmente en algo
sobre sí misma. Negaría su propia idiosincrasia si, desde el orgullo
intelectual, se erigiera a sí misma en el principio supremo. Sin embargo, las
experiencias límite y las fases de duelo disipan pronto ese orgullo. El retorno
a la fe es consolador y, al mismo tiempo, saludable.
Destaquemos a este
respecto un reciente estudio de la bioquímica Caryle Hirshberg (Ben Lomond,
Estados Unidos), quien ha investigado con profundidad la evolución
inesperadamente positiva de pacientes afectados de cáncer terminal. En una
cincuentena de enfermos que según los resultados médicos, debían haber
fallecido hacía tiempo, Hirshberg descubrió tres factores de conducta
coincidentes: los pacientes aceptaban el diagnóstico, pero no el pronóstico, es
decir, se mostraban optimistas a pesar del pronóstico. Estas personas vivían en
vínculos sociales estables, más de un 70 % llevaban más de veinte años
casadas.., y rezaban (Deutsches Arzteblatt, año 94, número 25, junio de 1997).
Si la intensificación de la propia espiritualidad puede ayudar a
enfrentarse al cáncer, también podrá contribuir a resucitar del duelo.
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